Seguí caminando por esa parte de Limbad que todavía no había visto, y sorpresa la mía fue cuando encontré un establo.
Me acerqué aún más a él y no pude evitar entrar, descubriendo a unos preciosos caballos en su interior. Estaban bien alimentados, así que alguien cuidaría de ellos.
Los observé con atención apoyada en una pared, hasta que un precioso caballo blanco situado en una esquina, alejado de los demás me llamó la atención.
No pude evitar acercarme a él, y fue cuando descubrí que estaba herido de una pata delantera.
Poco a poco seguí acercándome, para que descubriera que solo intentaría ayudarle si me lo permitía.
Me agaché junto a él y intenté que me dejara ver la herida de su pata.
- Déjame verla. -le dije acariciándolo suavemente.