Había conseguido su sueño de estar con la más bella de todas las feericas, la cual lo había aceptado sin más condiciones. Había adaptado para él y solo para él una enorme sala en la cual había mandado colocar todo lo necesario para entrenarse cuerpo a cuerpo.
En esos momentos se encontraba peleando contra una gigantesca mole de metal movida por un hechizo para que se asemejara al enemigo el cual debería aniquilar por su señora.
Ella se encontraba en la misma sala que él desde que había comenzado el entrenamiento, le estaba mirando y no perdía detalle a sus acciones.
Con la intención de demostrarle sus capacidades concedió a ese golpe más fuerza de la norma, partiendo el dos a la armadura al mismo tiempo que sus espadas se rompían en fragmentos. Al girarse para preguntarle que le había parecido, Gerde, su señora y amada había desaparecido dejando un delicado perfume a lilas silvestres en la estancia.